Aquí algunas imágenes, sensaciones y deseos al respecto de este nuevo ciclo que inicia: 甲辰, Dragón de Madera, año 4722 según el calendario chino. Espero que les sean de utilidad. Gracias! ❤️
El dragón de madera nos muestra la fuerza profunda de un cielo que se abre. Un cielo despejado que trae claridad pero que también deja pasar a los vientos gélidos del norte -o del sur-. Es inicio y fin, culminación y principio. Es el anillo de moebius hecho de tiempo y percepción. Es también el campo fértil a donde plantar semillas, sueños y visiones. Es un tiempo a donde no conviene detenerse en la añoranza del pasado, ni tampoco en la minucia de intentar vislumbrar un futuro aún difuso.
La fuerza del dragón es serpenteante, como la del trueno descendiendo estrepitosamente hacia la tierra; como la del viento enroscado en sí mismo vagando por territorios inhóspitos; pero también es semejante a la suavidad con que crecen las ramas de los árboles en busca del sol y tan sutil como los pensamientos que nos arrancan de los sueños más profundos para arrojarnos a la orilla de un alba a donde la reinvención de la vida es posible.
El dragón de madera remueve la tierra, sacude el suelo conocido, la casa, lo que creemos ser y tener. Aviva al fuego, la furia y el vigor. Si logramos serpentear en su vaivén conseguiremos soñar con nitidez y habitar el éxtasis a donde la no forma se engendra. Paradójicamente, esta fuerza vigorosa nos pide espacio y orden, despejar los campos internos a fin de que tal fuerza intempestiva circule en libertad. Pensamientos, emociones y deseos comparten un mismo motor: aquella fuerza errante que los nutre y moviliza en la oscuridad de un espacio interno que no reconoce temporalidades, esta nueva época pide permearles, poco a poco, de luz e intemperie.
El dragón de madera es lo ilimitado en busca de conciliación con los límites, la fuerza de lo mutable arrancada de las estructuras de lo inmutable, es el inicio atravesando dubitativamente los finales.
El dragón de madera, a su paso, remueve las aguas profundas del cielo -el mundo visible- y de la tierra -nuestras fantasías y verdades internas-. Es también una fuerza que nos empuja a reconocer que algunos procesos ya culminaron. Instalarse en el pasado para elaborar lo venidero quizás sea desperdiciar este ímpetu de cambio. Es la fuerza de la semilla que en su pequeñez atesora la fertilidad de los comienzos.
El dragón es la tierra a donde fueron guardadas las primeras fantasías de la infancia, el agua, a donde se alojan atisbos del vigor juvenil que nos entregó al destino, la madera. Una tierra que a fuerza de sacudirse, sacudirnos, nos permitirá acceder a la pureza de eso que no conoció el límite, ni las formas, tampoco los condicionamientos externos; a donde han sido alojadas las primeras ensoñaciones que dieron sentido a la existencia, la propia y la compartida.
¿Cómo disponernos a la reinvención cuando aún nos encontramos en el umbral de lo que muere y lo que inicia? Quizás este tiempo nos esté pidiendo soltar las cargas, aquellas líneas tenues pero profundas que nos vinculan y atan al mundo conocido, de donde se nutren la identidad y la pertenencia. En la orfandad yace la osadía en sus formas más vitales.
Soltar las cargas sería así un ejercicio que requerirá movernos de lugares seguros. Hacer una pequeña maleta con lo más elemental y partir. Ir hacia la luz, lo ilimitado, lo impredecible. Exponerse de tanto en tanto a la cálida intemperie. Acostarnos por unos instantes sobre la tierra y palpar con todo el cuerpo el tenue arrullo que habita en sus profundidades y desde allí disponernos a observar cómo el cielo, con su vaivén incesante, despeja las vías por donde circulan entretejidos lo creativo, lo posible y lo anhelado.
Katya Mora . @katyamora_c
México, 2024