El concepto de Chi, eje central de la milenaria cultura china y piedra fundamental del taoísmo, da cuenta de la profunda interacción entre energía y materia como parte de un todo que se realimenta incesantemente a partir de opuestos complementarios y que inspiró a los sabios de la antigüedad a remontar el camino de la inmortalidad. Cielo y tierra, yin y yang, materia y energía: el Chi es el aliento y el producto de la interacción de esos opuestos que se regeneran en una expansión infinita del impulso vital.
Para la antigua tradición taoísta[i] el concepto de energía está asignado al vocablo CHI 氣, que suele ser traducido al castellano como energía o aliento vital, pero que en chino mandarín tiene distintas acepciones como aire, nube, gas; incluso suele relacionarse con la palabra espíritu. Al ideograma CHI lo constituyen dos partes fundamentales. En la parte superior observamos el trazo 气 (qì), que representa las nubes, el vapor del cielo, lo etéreo —hablando en términos taoístas, el Yang. Podríamos decir que es en esta primera parte que queda expresado el sentido de ENERGIA dentro del carácter. La parte inferior la constituye el carácter 米 (mĭ), que literalmente significa arroz y que gráficamente simboliza las ocho direcciones en las que la energía se expande simultáneamente (arriba, abajo, adelante, atrás, izquierda, derecha, adentro y afuera). Es a través de la imagen del arroz que se representa al alimento, a aquello que proviene de la tierra: el Yin. Al mismo tiempo, esa idea de alimento representa la presencia de la MATERIA dentro del concepto de CHI. Lo cual nos muestra cómo para la antigua tradición taoísta pensar en la energía no puede estar desligado del pensar en la materia, pues en la una yace la raíz y la potencia de la otra. Dentro de la tradición taoísta tenemos varios ejemplos donde se observa la presencia de una dualidad complementaria: el yin yang, la tierra y el cielo, la respiración y la alimentación, el agua y el viento, el cuerpo y la mente.
Desglosando el ideograma que simboliza al Chi nos preguntamos: ¿se trata de un sustantivo o es la descripción de una acción? El Chi se mueve y al mismo tiempo es movimiento. El Chi se transforma y es también la transformación. El Chi es aquella fuerza que mueve las nubes, pero significa algo más que aire; es el impulso que recibe la sangre para circular por todo el cuerpo, pero significa algo más que presión; es la cohesión que une las moléculas de agua, pero se trata de algo más que fuerza. Los taoístas llamaron Chi a la energía que anima la vida. Es un término complejo que guarda un sentido ambiguo, similar a aquel que genera la palabra TAO, que es el camino pero también aquello que engendra el camino.
Si quisiéramos asignar una imagen a la simbología presentada en el ideograma CHI, tendríamos un paisaje activo donde el calor del cielo está en relación con la tierra, dando origen al vapor que forma las nubes. Con ello queda representado el ciclo que hace posible la fertilidad de la vida, tanto en pequeña escala (la respiración y la alimentación), como en gran escala (las ciclos estacionales). Así diríamos que el concepto de energía lleva implícita la noción de intercambio y que la idea de CHI está relacionada al intercambio vital que conduce a la transformación, pero también que el Chi es aquello que se necesita sea inspirado[ii] para propulsar dicha transformación. El Chi es el aire, pero también viaja a través del aire.
El ideograma del Chi va más allá de la unión de los conceptos de materia y energía. En él se ven dibujadas las pistas que guían al entendimiento de la compleja dialéctica instaurada en el intercambio y la transformación constante de materia en energía y de energía en materia.
Revisemos entonces las nociones taoístas de materia y energía. La energía no descansa en la forma: la afecta, la alimenta, la atraviesa y, en esa acción, cede su fuerza para dar lugar a la materia. Pero es también la materia la que, mediante la acción proveniente de la actividad sucedida dentro de su estructura corpórea, se encarga de alimentar a la energía. La energía no cristaliza en la forma, la materia no cierra su estructura a la energía. Energía y materia dialogan horizontalmente en un intercambio circular sensible a las condiciones que el entorno provee. Son el yin yang que anima la vida y en su mutua actividad trazan el recorrido y los ritmos de la constante expansión de la vida.
¿Cuándo la energía deja de ser etérea para transformarse en materia concreta y viceversa? Pudo ser esta una de las preguntas que animaron a los monjes taoístas a llevar a cabo muchas de sus conocidas pruebas alquímicas, aquellas que dieron origen a la pólvora y a distintos elixires de lo que hoy es utilizado en la tradicional medicina china. Acercarse a descifrar la trama de la transmutación energética y matérica era la promesa de un ciclo ininterrumpido expresado al infinito, que arrojaría a la inmortalidad del ser.[iii]
En esta idea de intercambio entre materia y energía, la definición de los roles reside en las circunstancias temporales y espaciales que rodean al circuito en acción, con lo cual se expresa que, tanto materia como energía, yin y yang, presentan cualidades que no son inamovibles, sino más bien relativas. La propuesta de infinitud reside en no cancelar el poder del intercambio que tiende exponencialmente a la expansión.
Los monjes taoístas desarrollaron varias prácticas y disciplinas enfocadas a orientar los múltiples planos que conforman la vida humana a una relación armónica con el entorno. Tales prácticas proponen dotar al ser humano de la conciencia necesaria para ejercer una participación activa dentro del intercambio constante entre el cielo y la tierra -el yin yang, la materia y la energía-. Dicha participación requiere tanto de la contribución como del aprovechamiento de los movimientos y los ritmos naturales de las fuerzas en las cuales es ya partícipe, de forma ineludible, cada ser humano. Se trata de disciplinas donde la propuesta es tanto conocerse a sí mismo como emprender un conocimiento del medio circundante, de la naturaleza en general. El taoísmo, en definitiva, como un “arte de estar en el mundo”[iv].
La materia manifiesta el estado en el cual se encuentra la energía, de ahí que para conocer la energía haya que observar la materia. La materia como vía de acceso a la energía es una de las principales premisas presente en varias de las prácticas provenientes de la tradición taoísta. Lo constatamos, por ejemplo, en el Feng Shui —conocimiento de las características energéticas de un espacio determinado a partir de la interacción del agua y el viento—; en la Medicina Tradicional China —técnicas de sanación encargadas de armonizar la energía y la materia corporal—; en el Oráculo —la lectura del hexagrama que representa la energía de un momento determinado—; en el BAZI —la lectura de la suerte personal a partir de ciertos símbolos que conforman un mapa energético, adquirido en el momento de nacer; y también en el Tai Chi o Alquimia Interna Taoísta: serie de posturas corporales, fijas o en movimiento, que contribuyen al conocimiento y al equilibrio de la energía presente en el cuerpo.
El Chi que singulariza la vida
Suponiendo un panorama en el que el Chi se desplaza constantemente a través del aire, advertimos que es la respiración la principal forma en que el ser humano entra en contacto con el Chi. Es por ello que la primera inhalación —el momento de nacer— sea considerada de vital importancia, ya que según da cuenta la sabiduría taoísta, se trata del momento en que entran en contacto el cuerpo (la energía de la tierra) y el espíritu (la energía del cielo) del ser humano. Y, por lo tanto, será en ese instante que la persona quedará impregnada de la energía que caracterizará los distintos aspectos de su vida, como el carácter personal, la relación con el mundo interno y externo, los ciclos de cambio, entre otros.
Con la finalidad de dar lectura a las fuerzas que conforman el mapa energético de cada persona, surge una técnica denominada BAZI 八子 (ocho caracteres). Dicha técnica posibilita orientarse en las distintas características personales que conforman la identidad de cada quien, mediante la especificación de la energía en términos simbólicos, los llamados cinco elementos[v] -madera, fuego, tierra, metal y agua-. Los cinco elementos serían la representación de la energía en sus distintas fases. El Bazi traslada las cualidades arquetípicas, propias de cada uno de los elementos, y las usa como guía para percibir el orden en que varios aspectos de la vida transcurren. Con lo cual se accede a ciertos de los patrones perceptivos y de comportamiento que muchas veces determinan la vida de una persona. Podríamos decir que el Bazi establece una reciprocidad directa entre energía (la acción) y materia (el efecto), conformando con ello un ciclo constante de crecimiento o disminución. Propone a la energía en términos de acción, por ejemplo, cuando sitúa el enfoque en revisar hacia dónde se dirige la energía procedente del entramado de acciones efectuadas. Y arma un cuerpo material al proponer revisar los efectos producidos a través de las acciones.
El Bazi es un estudio que proviene del interés en saber la relación de fuerzas que conforman la SUERTE de alguien. Y para ello propone una lúcida perspectiva de la suerte, en la cual sugiere al ser humano como un cúmulo de fuerzas en constante transformación, una especie de microcosmos en relación directa con otro cúmulo de fuerzas mayores, el macrocosmos. De ahí que el estudio de la suerte radique en poner atención a la especificidad de las fuerzas que caracterizan a cada persona, a la relación organizada en torno a las características de las fuerzas externas y al conocimiento de dichas fuerzas externas. Saber la suerte implica dos coordenadas básicas: el tiempo y la ubicación. Esto se logra mediante el conocimiento de los ritmos, los cambios y el momento actual de cada quien y del ambiente circundante. Es cuando micro y macrocosmos coordinan sus movimientos que el camino se torna una vía de acceso libre a la expansión de la vida, en términos de lo posible y no tanto en términos de lo deseable.
La trayectoria del Chi
La energía expresa sus cambios de forma cíclica y sus manifestaciones provienen del encuentro preciso entre dos coordenadas: tiempo y espacio. Es necesario escuchar el ritmo de los cambios para entablar un diálogo con las demandas del entorno. Escuchar es dar lectura a los símbolos mediante los cuales queda representada la energía: los cinco elementos, la imagen del Tai Chi —lo que se conoce como Yin Yang— y las doce ramas terrestres —los 12 animales del zodiaco chino.
Toda esta simbología es en realidad la representación de las características propias de un momento determinado de la energía. Se llama agua cuando el movimiento de la energía se dirige hacia abajo, a las profundidades, y por lo tanto alcanza su momento de máxima concentración. Se llama madera cuando la energía está en desarrollo, como un árbol en busca de sol. Se llama fuego cuando la energía toca el límite de su plenitud, por lo tanto está en su máximo esplendor. Tierra cuando se transforma en el soporte que conecta los cambios y metal cuando la energía ha encontrando una estructura estable que le permite guardar su forma por un tiempo más prolongado.
Leer la energía es ubicar la posición que ocupa un símbolo dentro del ciclo de circulación energética[vi]. Por ejemplo, en este año 2014, simbolizado por la imagen de caballo de madera, lo que encontramos ahí representado es la energía Yang en el momento de alcanzar su punto máximo de expansión. El máximo Yang es el momento en que la energía está en la cima y, por lo tanto, está en las mejores condiciones para transformarse en materia. Con ello diríamos que este año es propicio para el hacer, para materializar las distintas cosas que se vienen gestando. Es un tiempo donde la energía expresiva alcanza su máximo poder. Y para extender hacia los siguientes ciclos la retroalimentación entre energía y materia, se vuelve imprescindible que las acciones a emprender estén vinculadas a las raíces más profundas de aquello que pulsa por manifestarse.
El concepto de Chi o Energía Vital nos transmite la idea de infinitos recorridos trazados a partir de una danza entre materia y energía. Desde hace miles de años, la cultura china viene dando cuenta, bajo la mística de la alquimia y la inmortalidad, de la red de incesantes cambios que sostiene la ilimitada trayectoria del poder vital.
Katya Mora, Buenos Aires. 2014
Este Texto fue posible gracias a la asesoría de Felipe Benegas Lynch, Miguel Burkart Noé, Diego Germán Abad y Liu Ming. Publicado en la Revista de Arte, Literatura y Pensamiento BOCA DE SAPO No. 16, Buenos Aires, Argentina. 2014. Lo acompaña el video CHI
Notas
i Algunos de los principales referentes textuales dentro de esta tradición son el I Ching, el Tao Te King, el Chuang Tzu y El Clásico del Emperador Amarillo, obra fundamental de la Medicina Tradicional China. Ediciones en castellano:
Wilhem, Richard. I Ching. El libro de las mutaciones. Traducción al español de D. J. Vogelmann. Prólogo de C. J. Jung. Buenos Aires. Sudamericana. 1982.
Lao Tse. Tao Te King. Edición de Richard Wilhelm. Traducción al español de Marie Wohlfeil y Manuel P. Esteban. Barcelona. Sirio. 2004.
Paz, Octavio. Chuang –Tzu. Madrid. Siruela. 2001.
Zhuang Zi. Maestro Chuang Tsé. Traducción al español de Iñaki Preciado Idoeta. Barcelona. Kairós. 2007.
AA.VV. Lie Zi. El libro de la perfecta vacuidad. Traducción al español de Iñaki Preciado Idoeta. Barcelona. Kairós. 2005.
En inglés se puede consultar el Chinese Text Proyect, que recopila en formato digital textos antiguos: http://ctext.org/
ii Entiéndase inspirar en su doble sentido: la acción de inhalar aire y como impulso o estímulo creador. En este sentido es que Tew Bunnag señala que “La visión taoísta proporciona una comprensión de la naturaleza, la energía y los fenómenos de transformación y ha influenciado de forma profunda otras artes como la pintura y la caligrafía, la curación y la medicina, las artes marciales e incluso el pensamiento político. Los principios que reconocen y confirman la función del CHI y las dinámicas del yin y el yang conforman la base para estas áreas de creatividad. El pintor y el acupuntor son guiados por la misma sensibilidad del intercambio energético”. Bunnag, Tew. Tai Chi Chuan, camino de curación. Barcelona. La liebre de marzo. 2004. Pág. 21. Este artículo va acompañado con un ejercicio de caligrafía realizado por Liu Ming a partir del ideograma CHI. http://katyamora.com/projects/chi
iii Cfr. Robinett, Isabelle. The world upside down. Essays on Taoist Internal Alchemy. California. Golden Elixir Press. 2011. En castellano se recomienda leer Wilhelm R. y Jung C.G. El secreto de la flor dorada. México D.F. Paidós, 2009.
iv Cfr. Barthes, Roland. Lo neutro. Buenos Aires. Siglo XXI. 2004. Pág. 134.
v La teoría de los cinco elementos o cinco fases aporta mayor comprensión en el concepto de transformación de la energía y también constituye un mapa referencial de las relaciones sucedidas entre la naturaleza interna (el humano) y la naturaleza externa (el universo). Harriet Beinfield y Efrem Korngold escriben al respecto lo siguiente: “La filosofía china se basa en la creencia de que las fuerzas que gobiernan los ciclos de cambios que ocurren en el mundo externo están reproducidas dentro de los cuerpos y las mentes humanas. Los patrones de la naturaleza están resumidos en cada nivel de organización: desde la rotación de los planetas hasta el comportamiento de nuestros órganos internos. Dentro del ser humano, las mismas fuerzas que organizan la vida física, sensorial y perceptiva del organismo afectan también la vida emocional, intelectual y espiritual de la persona. Dentro de este marco, el modelo de las cinco fases tiene un amplio campo de aplicación”. Beinfield H. y Korngold E. Entre el cielo y la tierra. Los cinco elementos en la medicina china. Barcelona. La liebre de marzo. 1999. Pág. 99.
vi En su introducción al I Ching, Wilhelm describe claramente la función de los símbolos: “Estos ocho signos (los trigramas) fueron concebidos como imágenes de lo que sucedía en el cielo y sobre la tierra. Reinaba en este sentido el concepto de perpetua transición de un signo hacia otro, a la par de la perpetua transición recíproca de los fenómenos entre sí que tiene lugar en el mundo. Aquí se nos presenta pues la idea fundamental decisiva de las mutaciones. Los ocho signos son símbolos de cambiantes estados de transición, imágenes que permanentemente se transforman. La mira no estaba puesta en el ser de las cosas –como era esencial en Occidente-, sino en los movimientos cambiantes de las cosas. De este modo, los ocho signos no constituyen reproducciones o representaciones de las cosas, sino de sus tendencias de movilidad.” Wilhelm Richard, Op Cit. Pág. 62.